sábado, 2 de febrero de 2013

TERMINÓ FRINGE

Finalmente, luego de  cinco años y  100 episodios, terminó Fringe, una serie que supo encontrar un irremplazable lugar propio  dentro del género de la ciencia ficción, ránking  encabezado  por la legendaria Star Trek,  a quien Fringe supo homenajear a través de la participación de Leonard Nimoy, el original Señor Spock, en el papel del brillante científico William Bell. 
Soportando estoicamente importantes caídas de audiencia,  presupuesto, cambios de horario y amenazas de cancelación, que derrotaron otros buenos intentos anteriores, la serie magníficamente protagonizada por los geminianos Anna Torv ( Olivia ) y  Joshua Jackson ( Peter ), el leonino John Noble (Walter ), todos ellos australianos, y secundados por los estadounidenses Nicole Jasika ( Astrid ), Lance Reddik (Broyles ) y Blair Brown ( Nina ) en los papeles centrales, logró imponerse dentro de un ambiente reacio  a la ciencia ficción, o al menos minoritario, frente a reality shows o policiales convencionales donde la superficialidad domina ampliamente, y no sólo logró llegar a un cierre  muy coherente, sinó que con él reivindicó a J.J.Abrams luego de su fallido, irrespetuoso y decepcionante final de "Lost".
Al igual que ya lo hiciera en la también excelente serie "Alias" ( una historia de espías sazonada con la febril búsqueda de poderosos mecanismos ancestrales al estilo "Código Da Vinci" que también duró cinco temporadas ), el canceriano Abrams, esta vez secundado por el tambièn canceriano Roberto Orci y el virginiano Alex Kurtzman, hace que en Fringe el protagonismo sea asumido por un personaje femenino, Olivia Dunham, quien, al igual que la Sidney Bristow de "Alias" ha sido víctima de oscuros experimentos de laboratorio durante su infancia.
La jóven, en este caso, integra una División de Investigación gubernamental del FBI encargada de estudiar fenómenos paranormales y eventos científicos inexplicables, y así se presenta la serie durante sus primeros pasos, desplegando extraños eventos al más puro estilo "X Files", que incluyen la manipulación genética para fines militares, seres con capacidad de cambiar su forma física clonándose con el cuerpo de sus víctimas,  muertos capaces de sobrevivir, e innumerables seres con caracterìsticas metamórficas, en un desfile de eventos que, justo cuando empezaban a agotar por su aparente sinsentido, sugieren  su relación con un engimático universo paralelo y encuentran el catalizador ideal en el científico Walter Bishop, encarnado brillantemente por John Noble, quien con sus interesantes y nada descabelladas explicaciones de estos eventos puntuales, revive el interés en la serie, agregándo de paso una velada crítica a la ciencia ortodoxa a través de análisis científicos que, pese a su lógica implacable, son invariablemente desdeñados por ésta, al menos oficialmente, en el mundo real.
Aumentando exponencialmente el interés, aparecen entonces las reflexiones sobre líneas de tiempo alternativas generadas conforme a las decisiones tomadas, nociones cuánticas de que el futuro està determinado sòlo de manera condicional, y la historia de fondo de la serie, con una épica de tragedia griega: un padre que, desgarrado emocionalmente por la posibilidad de perder a su hijo, y sabiéndose con capacidades científicas casi omnipotentes, peca de arrogancia y la emprende contra el universo y sus designios, traspasando una franja ( de allí el nombre "Fringe", que simboliza la ciencia llevada a sus límites ) prohibida para los mortales, generando una ruptura entre dimensiones paralelas de la realidad que compromete la existencia de ambas.
Por si esto fuera poco, el acto es presenciado por "Los Observadores", una versión evolucionada del ser humano proveniente del futuro, que han decidido liberarse de la "esclavitud" de las emociones entregándose por completo al raciocinio mediante implantes tecnológicos que alteran la constitución de su corteza cerebral.
Esta línea argumental alcanza su máximo poder expresivo durante la segunda y tercer temporada, las más contundentes y efectivas de Fringe, y allí la serie se despega de quienes fueran sus contemporáneas de género en 2008: Terminator: Las Crónicas de Sarah Connor, Eleventh Hour, Dollhouse, y una temporada del propio Lost, para superar luego otros intentos fallidos como Flashfoward o The Event.
Finalmente, la cuarta temporada sirve fundamentalmente para poner un digno broche a las tres anteriores, y la serie podría incluso haber terminado para siempre con el cierre de su último capítulo, ya que quedan lo suficientemente explicadas las mayores incógnitas arrastradas hasta allí, generando sólo baches menores de importancia poco significativa.
Sin embargo, la quinta y última temporada se encarga de un importante pendiente: el fin último de Los Observadores, mostrándolos en el año 2036 como una amenaza a la propia supervivencia de la especie humana tal y como la conocemos, decididos a utilizar su superioridad tecnológica ( "son como nosotros, sólo saben un poco más de matemáticas" reflexiona Olivia en un momento de la trama ) para imponer lo que ellos creen lógico: la supremacía de la razón, a costa del sacrificio de la emoción.
Así, la temporada comienza muy superficial descendiendo a un nivel similar al de "V Invasión Extraterrestre" o "Revolución" mostrando exhasperantemente interminables escaramuzas guerrilleras sin ton ni son contra el ya consumado y dictatorial dominio de Los Observadores, sumadas a un plan para derrotarlos pergreñado por Walter y September diseminado en interminables video cassettes ( un fetiche que Abrams ya había evidenciado en Lost ), monotonía que no logra hacer repuntar ni siquiera la apariciòn de la versión adulta de la hija de Peter y Olivia, Etta Bishop, protagonizada excelentemente por la leonina Georgina Haig, ni su posterior muerte a manos del "más malo de los malos", el Señor Windmark ( el acuariano Michael Kopsa ).
Sin embargo, al promediar los episodios, la cosa se pone un poco más interesante, con la declamación de los principios fundamentales que sustentan la cultura de Los Observadores, quienes luego de docenas de siglos caen en la cuenta de que la humanidad no evolucionó desde los héroes homéricos, y concluyen que la culpa es de 30 siglos de emociones retrasando e hiriendo constantemente al raciocinio, y se deciden a eliminarlas, mediante el empleo de tecnología biogenética ( es decir, parafraseando a Roger Waters, se deciden a construír "la pared" definitiva contra ellas ).
El implante que utilizan a tales efectos, es empleado en un momento de la temporada por Peter Bishop aplicándoselo a sí mismo para usarlo como arma contra sus enemigos, cegado por el odio que le causa el asesinato de su hija, y se vuelve muy interesante porque permite comprender, desde una visión humana, cómo ven e interactúan con el mundo Los Observadores, empatizando sobre què han perdido y què han ganado desde su óptica fría y distante, que eliminó las dualidades y ambigüedades emocionales,  dejándoles a cambio un proceder aritmético, pero nó matemático,  convirtièndose èste en uno de los mejores momentos de la temporada.
Esta ha sido precisamente una de las mayores cualidades de Fringe a lo largo de sus cuatro años y medio en el aire: saber explotar momentos de tensión emocional, imprescindibles para sostener  una gran parte de la audiencia, pero nunca renunciando a escarbar màs profundo en cada uno de ellos, lo contrario a lo que suelen hacer la mayoría de los guionistas del ámbito televisivo, y, no obstante, mantener esos momentos consistentemente entretenidos.
En esta última temporada, y también en la anterior, la figura de Olivia se vé seriamente desdibujada con relación a su contundente protagonismo en las anteriores ( a pesar de que en los últimos episodios se intenta revivir su liderazgo reflotando sus capacidades para viajar entre dimensiones ayudada por la droga nootrópica cortexiphan ), mientras crece la figura de Peter Bishop, mucho más comprometida y entera respecto al inicial conflicto con su padre, mientras Walter Bishop continúa transmitiendo su mágica combinación de genialidad y profunda melancolía, ahora sumada a un acto de heroísmo lo suficientemente grande como para compensar su "pecado original" que abrió las puertas del caos entre mundos.
Veremos a September humanizado bajo el nombre de Donald y transformado en mortal, veremos que los primeros 12 Observadores originales que fueron enviados como exploradores fueron invadidos inesperadamente por las emociones, y sus consecuencias, y veremos al temible Windmark perecer aplastado entre dos automóviles movidos por una fuerza de orìgen indeterminado ( que conforme a la secuencia de la acción, podría haber provenido de Olivia o de Michael, o de ambos simultáneamente, o de quien el espectador decida, en su carácter de "observador" ).
Veremos morir heroicamente a Nina Shar ( Blair Brown ) y a Donald/September ( el escorpiano Michael Cerveris ), y salvarse milagrosamente a Philip Broyles  ( Lance Reddick ), mientras Astrid Farnsworth ( Nicole Jasika ) recibe unas sencillas pero emocionantes palabras de despedida por parte de Walter.
Veremos un homenaje a sí misma de la serie en el momento final en el cual se invade el recinto de Los Observadores utilizando toda la parafernalia de la mitología Fringe de las primeras temporadas, incluyendo la tenebrosa toxina que generaba tejido cicatrical dejando sin ojos ni boca a sus víctimas, y otras plagas paranormales.
Y veremos, finalmente, que la serie concluye, a través de la "anomalía" de Michael, el "Niño Observador" e hijo genético de September, encarnado por Rowan Longworth, que la evolución, tan ausente desde que salimos de nuestro hábitat natural hace siglos, no se refleja por el hecho de salir del ámbito original más deprisa que nuestros genes, ni intentando eliminar las causas de nuestra eterna dualidad, sinó magnificándolas, para generar ( o tal vez, simplemente recuperar ) una nueva y vieja visión tetravalente.

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